A pesar de lo grande que es este mundo, a veces puede sentirse abarrotado. No abarrotado de gente, sino de hechos y opiniones, de tareas y demandas. A veces, el ritmo frenético de la vida no nos deja mucho tiempo para procesar las experiencias que nos bombardean. Como resultado, podemos sentirnos atrapados, como si nos hubieran apresurado a subir a un tren de alta velocidad antes de que tengamos tiempo de averiguar hacia dónde se dirige.
Lo que necesitamos es espacio. No necesariamente espacio físico, sino espacio mental, espacio para nuestros propios pensamientos y sentimientos. No es probable que la vida nos la dé; tenemos que crearlo intencionalmente. Los profesionales de la salud mental llaman a esto “Atención plena”: la práctica de reducir la velocidad para reflexionar, pensar y evaluar nuestras experiencias. Es como presionar un botón de pausa, para que en lugar de reaccionar sin pensar a la vida, podamos responder con atención.
Temple Square is always beautiful in the springtime. Gardeners work to prepare the ground for General Conference. © 2012 Intellectual Reserve, Inc. All rights reserved. | 1 / 2 |
Un autor desconocido lo expresó así: “Entre estímulo y respuesta, hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder para elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta radica nuestro crecimiento y nuestra libertad” (ver “Lo primero es lo primero: vivir, amar, aprender, dejar un legado”, de Steven R. Covey, A. Roger Merrill y Rebecca R. Merrill, publicado en 1994, página 59).
No tenemos que actuar por instinto. Podemos decidir lo que nos importa. Podemos alinear nuestras acciones con nuestros valores. Y a medida que lo hacemos, determinamos hacia dónde vamos y en quién nos convertimos.
Un joven decidió tomarse un tiempo todos los días para "desconectarse", dejar sus dispositivos y escuchar sus pensamientos y sentimientos. Le ayudó de muchas formas inesperadas. Mientras caminaba hacia una cita, se sacó los auriculares y escuchó los sonidos más suaves de la naturaleza. Se sintió más tranquilo y confiado. Mientras lavaba los platos y doblaba la ropa, apagó la televisión y la música y escuchó, durante un rato, sus propios pensamientos. Al detener el flujo constante de información y estímulos, incluso durante unos minutos, se sintió más tranquilo, más alegre.
Cuando disminuimos la velocidad, encontramos paz y gozo porque encontramos a Dios. Podemos escuchar más que nuestros propios pensamientos: podemos escuchar Su voz. Se encuentra, con mayor frecuencia, en ese espacio tranquilo que creamos entre el mundo y nosotros. En palabras del salmo: “Estad quietos, y sabed que yo soy Dios” (Salmo 46:10). En la quietud, encontramos la divinidad dentro de nosotros y el Dios que nos ama.
Fuente: Música y palabras de inspiración (Music and the Spoken Word)