"¿Qué es lo que más le preocupa?”, le preguntó un reportero al presidente Gordon B. Hinckley en junio de 1995, poco antes de que cumpliera 85 años; a lo que él respondió: “Me preocupa la vida familiar en la Iglesia. Tenemos gente maravillosa, pero tenemos demasiadas familias que se están desintegrando… Creo que esa es mi mayor preocupación”.
No fue casualidad que esa declaración solemne se emitiera precisamente cuando el profeta del Señor consideró que de todos los asuntos que llevaba en la mente, la vida familiar inestable en la Iglesia era su mayor preocupación.
Por lo que tres meses después el 23 de septiembre de 1995, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles promulgaron: “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”. Esa proclamación es una declaración y reafirmación de doctrinas y prácticas que los profetas han manifestado en reiteradas ocasiones a lo largo de la historia de la Iglesia. Contiene principios que son vitales para la felicidad y el bienestar de cada familia:
“Nosotros, la primera presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, solemnemente proclamamos que el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es fundamental en el plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos.
“Todos los seres humanos, hombres y mujeres, son creados a la imagen de Dios. Cada uno es un amado hijo o hija procreado como espíritu por padres celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos. El ser hombre o el ser mujer es una característica esencial de la identidad y del propósito premortales, mortales y eternos de la persona.
“En el mundo premortal, hijos e hijas, procreados como espíritus, conocieron a Dios y lo adoraron como su Padre Eterno, y aceptaron Su plan por medio del cual Sus hijos podrían obtener un cuerpo físico y ganar experiencia terrenal para progresar hacia la perfección y finalmente lograr su destino divino como herederos de la vida eterna. El divino plan de felicidad permite que las relaciones familiares se perpetúen más allá del sepulcro. Las ordenanzas y los convenios sagrados disponibles en los santos templos hacen posible que las personas regresen a la presencia de Dios y que las familias sean unidas eternamente.
“El primer mandamiento que Dios les dio a Adán y a Eva se relacionaba con el potencial que, como esposo y esposa, tenían de ser padres. Declaramos que el mandamiento de Dios para Sus hijos de multiplicarse y henchir la tierra permanece en vigor. También declaramos que Dios ha mandado que los sagrados poderes de la procreación han de emplearse sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados como esposo y esposa.
- Bienestar
- "Ningún éxito en la vida compensa el fracaso en el hogar".
- El matrimonio es ordenado por Dios.
- Las familias que oran permanecen juntas.
- Padres realizan actividades recreativas edificantes.
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“Declaramos que los medios por los cuales se crea la vida mortal son divinamente establecidos. Afirmamos la santidad de la vida y su importancia en el plan eterno de Dios.
“El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y de cuidarse el uno al otro, así como a sus hijos. ‘…herencia de Jehová son los hijos’ (Salmos 127:3). Los padres tienen el deber sagrado de criar a sus hijos con amor y rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, y de enseñarles a amarse y a servirse el uno al otro, a observar los mandamientos de Dios y a ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan. Los esposos y las esposas, las madres y los padres, serán responsables ante Dios del cumplimiento de estas obligaciones.