A quien vemos en el espejo

Todos valoramos la "Regla de Oro", tratar a los demás como quisiéramos ser tratados, y en casi todos los casos nos esforzamos por cumplirla. Pero, ¿tenemos hacia nosotros mismos la misma consideración que procuramos tener con los demás? Sabemos que debemos ser buenos con otras personas, así que, ¿por qué a veces somos tan duros con nosotros mismos?

Un niño muy talentoso se esforzaba en todo cuanto hacía, pero nunca se sentía satisfecho con los resultados. Un día, tras cometer un simple error, su padre lo vio mirándose en el espejo y hablando consigo mismo cuando pensó que nadie lo oía. Sus palabras eran severas y de crítica.

Deseoso de ayudar, el padre entró en la habitación de su hijo y le preguntó por qué era tan duro para con él mismo.

El niño respondió que estaba enojado por haber cometido un error tan tonto.

“Déjame hacerte una pregunta”, dijo el padre, “Si yo cometiera ese mismo error, ¿qué me dirías?”.

El jovencito pensó por un momento y respondió que le recordaría al padre que todos cometemos errores y que podemos aprender de ellos, y lo animaría a seguir tratando.

“Bueno”, dijo el padre, “¿por qué no te dices eso a ti mismo? Tal vez podrías tratarte tal como tratarías a un buen amigo —con bondad y respeto”.

Al igual que ese niño, muchos de nosotros nos juzgamos con mucha más severidad que a otras personas. ¿Nos ayuda eso a mejorar? ¿O acaso nos desmoraliza y profundiza nuestra propia inseguridad? En la mayoría de los casos, cuando actuamos como nuestro peor enemigo, quizá lo seamos.

Nuestra capacidad de amar a los demás bien puede depender de cuánto nos amemos a nosotros mismos. Ese tipo de auto-comparación no es sinónimo de egocentrismo, sino de bondad. No es más que la aplicación de la "Regla de Oro" a uno mismo. La consideración que extenderíamos a los demás también debería extenderse a esa persona a la que vemos en el espejo.

Fuente: Fuente: Fuente: Música y Palabras de Inspiración (Music and the Spoken Word)