Por el presidente Dieter F. Uchtdorf
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
A lo largo de los años, he tenido la sagrada oportunidad de reunirme con muchas personas cuyos pesares parecen haberles llegado hasta lo más profundo del alma. En esos momentos, he escuchado a mis amados hermanos y hermanas, y me he afligido con ellos por sus tribulaciones. He pensado en lo que podría decirles y me he esforzado por saber cómo consolarlos y apoyarlos en sus pruebas.
Temple Square is always beautiful in the springtime. Gardeners work to prepare the ground for General Conference. © 2012 Intellectual Reserve, Inc. All rights reserved. | 1 / 2 |
A veces, su angustia es el resultado de lo que para ellos parece ser un final; algunos se enfrentan al fin de una preciada relación, como la muerte de un ser querido o el distanciamiento de un familiar; otros piensan que afrontan el fin de la esperanza: la esperanza de casarse, de tener hijos, o de superar una enfermedad; otros quizás se enfrenten al fin de su fe, a medida que las voces confusas y conflictivas del mundo los tientan a dudar, e incluso a abandonar, lo que una vez supieron que era verdadero.
Tarde o temprano, creo que todos pasamos por tiempos en los que nuestro mundo parece venirse abajo, dejándonos solos, frustrados y a la deriva.
Le puede pasar a cualquier persona; nadie es inmune a ello.
La situación de cada persona es diferente, y los detalles de cada vida son únicos; no obstante, he aprendido que hay algo que quitaría la amargura que experimentemos en la vida. Hay algo que podemos hacer a fin de que nuestra vida sea más dulce, feliz y hasta gloriosa.
Tal vez suene contrario a la sabiduría del mundo sugerir que la persona que esté llena de pesares le deba dar gracias a Dios. Sin embargo, aquellos que dejan a un lado la botella de la amargura y en vez de ello alzan la copa de la gratitud pueden encontrar una bebida purificante de sanación, paz y entendimiento.