Sólo quienes están dispuestos a arriesgarse al desconsuelo llegarán a saber lo que significa realmente amar.
Como lo escribió C. S. Lewis: “Quien ama se vuelve vulnerable y se somete a la posibilidad de un corazón destrozado. Si uno quiere asegurarse de mantener su corazón intacto, no debe darlo a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvalo con cuidado en pasatiempos y algunos lujos; evite los enredos; guárdelo en el seguro cofre de su egoísmo. En ese cofre se volverá irrompible, impenetrable e irreversible”. ¡Pero ello trae aparejada la incapacidad de experimentar el verdadero amor!
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Esta sencilla verdad se aplica a todas las experiencias hermosas y benditas de la vida, las que disfrutan sólo quienes se abren a la posibilidad de sus contrastes: dicha y pesar, desconsuelo y felicidad, triunfos y derrotas. Es precisamente en la misma realidad del dolor donde aprendemos a valorar el amor.
Hace años, una mujer compró una tarjeta evocativa del amor para darla a otra persona, pero terminó quedándose con ella debido a lo que su mensaje despertaba en ella. Con el tiempo la enmarcó y la compartió con alguien a quien ella amaba. En la tarjeta se leía: “El corazón ajeno es un preciado don. Sostenlo con cuidado en ambas manos”.
Cuando alguien nos da su amor, nos da un gran poder —el poder de causarle daño como nadie más puede hacerlo, pero también el poder de elevarle como nadie más lo haría, y tal persona acepta que igual vale la pena arriesgarse. Así que cuando amemos, seamos cuidadosos con la crítica, generosos con los halagos, clementes con nuestros juicios y bien agradecidos con quienes nos han confiado su corazón.
Por cierto que amar es algo sagrado. Aquel que ama sostiene —con las dos manos— una parte del potencial, de la dicha y de la felicidad de alguien más. Es algo que nace de la confianza de que el amor es una canción que no tiene por qué acabar.
Fuente: Música y Palabras de Inspiración (Music and the Spoken Word)