Cristóbal Colón zarpó del Puerto de Palos el viernes 3 de agosto de 1492, con sus tres naves, Santa María, Pinta y Niña, rumbo a la isla Gran Canaria. Allí se reparó el timón de la “Pinta” y, luego de embarcar provisiones, el 6 de septiembre de 1492 las tres naves retomaron la travesía del océano Atlántico rumbo al continente asiático.
Desde entonces navegaron hacia el oeste durante más de un mes sin llegar a tierra. En la mañana del 7 de octubre, Colón ordenó seguir dirección suroeste, luego de ver el vuelo de los pelícanos que hacia allí se encaminaban.
El día 11 de octubre, Colón divisó una luz en el horizonte, que parecía una “candelilla de cera que subía y bajaba”; a las 2 de la madrugada del viernes 12 de octubre de 1492 el marinero Rodrigo de Triana, desde la proa de la “Pinta” observó una colina iluminada por la luna.
Al amanecer de dicho día los barcos llegaron a una isla de las Bahamas. Colón y sus hombres pisaron tierra firme en la isla Guanahaní, nombrada por él como San Salvador. Ese mismo día Colón conoció a los nativos, quienes le entregaron obsequios (papagayos, ovillos de algodón). En los días siguientes descubrió las islas de “Santa María”, “Fernandina” e “Isabela”. Colón regresó al Puerto de Palos el 15 de marzo de 1493.
El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) expresó respeto por Colón, a quien consideraba inspirado por el Señor: “Muchos lo han criticado [a Cristóbal Colón]. Yo no discuto que hubo otros que [llegaron a este hemisferio occidental] antes que él. Pero él fue, el que con fe, encendió una lámpara para buscar una ruta más corta para llegar a China, y en el camino descubrió América.
La de él fue una aventura asombrosa: navegar hacia el oeste por el mar desconocido, más allá de lo que ninguno de su época había llegado. Él, a pesar del temor a lo desconocido y de las quejas y la rebelión de sus tripulantes, que estaban a punto de amotinarse, siguió el viaje orando con frecuencia al Todopoderoso para que lo guiara. En sus informes a los reyes de España, Colón afirmó una y otra vez que su viaje era para la gloria de Dios y la expansión de la fe cristiana. Le tributamos merecida honra por su inmutable fortaleza ante la incertidumbre y el peligro” (véase Liahona, enero de 1993, pág. 61).