Cosechamos lo que sembramos. Es una de las verdades básicas de la vida, conocida por todos los que alguna vez han plantado una semilla y han esperado una cosecha. Hace mucho tiempo, el apóstol Pablo lo expresó de esta manera: "El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará". Es cierto para la agricultura y para la vida en general. Si damos poco, recibiremos poco; pero si damos generosamente, recibiremos en abundancia. El gran apóstol continuó suplicando que dejemos que el sentimiento en nuestros corazones coincida con nuestro dar, "no de mala gana, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre" (2 Corintios 9:6-7). Dar es bueno, pero dar generosa y alegremente es aún mejor.
Temple Square is always beautiful in the springtime. Gardeners work to prepare the ground for General Conference. © 2012 Intellectual Reserve, Inc. All rights reserved. | 1 / 2 |
Suena simple, pero todos sentimos la brecha entre lo que sentimos y lo que hacemos. A veces, nuestra capacidad de dar simplemente no puede igualar la generosidad de nuestros corazones. Otras veces, podemos dar por obligación, y nuestros corazones aún no han captado el espíritu de dar. El Señor sabe que existen estas brechas y es paciente con nosotros. Él no nos obligará a dar. Pero Él continuará invitándonos a dar libre, generosa y alegremente, y a dar desde el corazón. Sus dos grandes mandamientos, amar a Dios y amar a las personas que nos rodean, son Sus invitaciones a sentir amor y expresarlo (ver Mateo 22:37-39).
Entonces, ¿cómo damos libremente nuestro amor? ¿Cómo nos convertimos en dadores alegres? Ayuda darse cuenta de que todos somos receptores. Cuando vivimos en alegre acción de gracias por la generosidad de Dios hacia nosotros, es más fácil compartir generosamente esa abundancia con Sus otros hijos. Además, podemos recordar que hay muchas maneras de dar: podemos extender la amistad, podemos escuchar, podemos compartir nuestro tiempo y amor para aliviar la carga de los demás, y podemos servir a nuestra comunidad y a nuestro país en causas dignas. Nuestro servicio no necesariamente tiene que provenir de nuestra billetera o bolso; solo tiene que salir de nuestro corazón.
Convertirse en un donante alegre lleva tiempo. Sucede cuando aprendemos que la verdadera felicidad proviene de hacer felices a los demás. Cuando estamos agobiados por la preocupación, servir a otra persona nos ayuda a restablecer nuestra perspectiva. Así como Dios ama al dador alegre, nosotros aprendemos a amar el dar alegremente.
Fuente: Música y Palabras de Inspiración (Music and the Spoken Word)