Dios da a cada uno de Sus hijos una cantidad limitada de tiempo y, en gran medida, nosotros escogemos cómo lo usamos. Un autor del siglo pasado declaró, “Una de las cosas que consume más tiempo es tener un enemigo”. Sin embargo, es muy poco lo que obtenemos a cambio de fomentar rencores. Ciertamente hay maneras mucho más productivas de emplear el tiempo.
Entonces, ¿por qué lo hacemos? Vivimos en una época estresante de agitación política, inquietud financiera, e incertidumbre en cuanto al futuro. Cuando sentimos preocupación o temor, somos más propensos a impacientarnos, a agredir verbalmente, o a juzgar, y cuando eso sucede, es fácil ofenderse, y hacer enemigos.
Claro que hay otra forma de reaccionar antes los temores y las preocupaciones de nuestra época; todo empieza por aceptar que otras personas se sienten igual. Alguien que actúa descortésmente quizá lleve sobre sus hombros una carga que no podemos ver. En vez de sentirnos ofendidos, podemos tratar de ofrecer consuelo y compasión.
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No se trata de un concepto nuevo; es sencillamente otra forma de expresar lo que el Señor enseñó cuando dijo, “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, hacen bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”.
Imagine lo que podría suceder si, en vez de sentir resentimiento, usted extendiera una mano fraternal a alguien que lo haya ofendido. Para empezar, probablemente sorprendería a esa persona, pero, más que eso, quizá empezaría a forjar una nueva relación de amistad. De hecho, la mejor forma de derrotar a un enemigo, es tratar de convertirlo en un amigo.
No podemos controlar cómo los demás reaccionarán, pero, el esfuerzo en sí, más allá de cómo sea recibido, genera más bondad y más compresión. La compasión reduce la ansiedad que nos rodea y trae tolerancia y respeto a nuestras conversaciones. ¡Qué manera tan magnífica de emplear el tiempo que Dios nos ha concedido!
Fuente: Música y Palabras de Inspiración (Music and the Spoken Word)