Hace algunos años, un matrimonio plantó un huerto por primera vez. Ansiosos de disponer de verduras frescas más adelante en el año, cuidadosamente seleccionaron las plantas, las plantaron en tierra fértil, y programaron los aspersores para un riego regular.
Pero, atareados con otras cosas, no se fijaban en las plantas muy a menudo. Cuando llegó el momento de recoger las verduras, se sintieron decepcionados al ver que insectos habían mordido los tallos y las hojas, y que roedores habían devorado lo poco que sobrevivió de la cosecha.
Al llegar la primavera siguiente, el matrimonio volvió a intentar, esta vez con mejor tierra y fertilizante. Pero sus plantas otra vez sucumbieron ante la plaga de insectos. Llevó algo de tiempo, pero, finalmente, comprendieron lo que debían hacer: revisar el huerto todos los días; bien sencillo.
Temple Square is always beautiful in the springtime. Gardeners work to prepare the ground for General Conference. © 2012 Intellectual Reserve, Inc. All rights reserved. | 1 / 2 |
Sí, les demandaba tiempo y a veces era inconveniente, pero, la tarea diaria les permitía observar el progreso de las plantas, y advertir posibles problemas antes de que se convirtieran en desastres. Así que, la inspección del huerto pasó a ser parte de su rutina diaria. La tarea no requería mucho tiempo ni mucho trabajo; solo debían ser constantes.
Nuestras vidas se parecen mucho a un huerto: requieren atención y cuidado —atención y cuidado diarios. Si somos muy pasivos en cuanto a nuestro crecimiento personal, la maleza y las plagas causan estragos y terminamos por no cosechar la felicidad que esperábamos. Las inspecciones diarias nos permiten ver cómo nos va y hacia dónde nos dirigimos o, como dice el proverbio bíblico, “[examinar] la senda de [nuestros] pies”.
Podemos determinar si estamos viviendo lo que creemos y valorando las cosas que son más importantes. Podemos percibir problemas mientras son aún pequeños y prepararnos para las dificultades que quizá se avecinen. Podemos quitar de nuestra vida todo cuanto pueda separarnos de la guía y la fortaleza de nuestro Padre Celestial, que es nuestra fuente de luz y nutrición espiritual.
La luz del sol no nutre un huerto de una sola vez, sino que sucede día tras día. Del mismo modo, los pequeños momentos dedicados a meditar, orar, leer las escrituras, y demostrar amor ayudan al alma a florecer y a crecer continuamente. Nuestras hábitos y nuestras rutinas de todos los días marcan una gran diferencia en la cosecha del tipo de vida que realmente queremos vivir.
Fuente: Música y Palabras de Inspiración (Music and the Spoken Word)