La obra de José Smith se caracteriza por haber revelado, mediante la autoridad sacerdotal y la influencia del Espíritu Santo, misterios eternos que han cambiado por completo la percepción y entendimiento de verdades eternas.
Mientras José Smith y Sidney Rigdon reflexionaban sobre el pasaje del Nuevo Testamento (Juan 5:29) donde se describe cómo todos “saldran” en la resurrección, se abrió ante ellos una visión maravillosa. Tal como registró el Profeta: Fueron abiertos nuestros ojos e iluminados nuestros entendimientos por el poder del Espíritu, al grado de poder ver y comprender las cosas de Dios, aun aquellas cosas que existieron desde el principio, antes que el mundo fuese, las cuales el Padre decretó por medio de su Hijo Unigénito, que estaba en el seno del Padre aun desde el principio” (D. y C. 76:12–13).
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En esa gloriosa visión, el Profeta y Sidney Rigdon vieron al Hijo de Dios a la diestra del Padre y “[recibieron] de su plenitud” (D. y C. 76:20). Vieron los tres reinos de gloria que Dios ha preparado para Sus hijos y aprendieron quiénes heredarán esos reinos. También vieron a Satanás expulsado de la presencia de Dios y los sufrimientos de los que permitieron que Satanás los venciera.
Más tarde esa visión pasó a ser la sección 76 de Doctrina y Convenios. El Profeta explicó: “Nada podría complacer más a los santos, tratándose del orden del reino del Señor, que la luz que bañó al mundo por medio de la visión anterior. Toda ley, todo mandamiento, toda promesa, toda verdad y todo punto relacionado con el destino del hombre, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, donde la pureza de las Escrituras no ha sido manchada por la insensatez de los hombres… da testimonio del hecho de que ese documento es una transcripción de los anales del mundo eterno. La sublimidad de las ideas; la pureza del lenguaje; el campo de acción; la duración continua para la consumación, a fin de que los herederos de la salvación confiesen al Señor y doblen la rodilla; los premios por la obediencia y los castigos por los pecados, sobrepujan de tal manera la estrechez mental de los hombres, que todo hombre justo se ve obligado a exclamar: ‘Vino de Dios’ ”.
Gracias a la expiación de Jesucristo, todas las personas resucitarán. Después de la resurrección, todos nos presentaremos ante el Señor para ser juzgados de acuerdo con nuestros deseos y acciones. Cada uno de nosotros recibirá correspondientemente una morada eterna en un reino específico de gloria. El Señor enseñó este principio cuando dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay” (Juan 14:2).
Existen tres reinos de gloria: El reino celestial, el terrestre y el telestial. La gloria que alcancemos depende de la magnitud de nuestra conversión, tal como se expresa mediante la obediencia que demos a los mandamientos de Dios. Dependerá de hasta qué punto hayamos recibido “el testimonio de Jesús”.