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La maternidad: un llamamiento divino y de elección

Las madres enseñan a sus hijos a vivir dentro de los principios de la Iglesia de Jesucristo

“Ningún otro amor en la vida mortal llega a aproximarse más al amor puro de Jesucristo que el amor abnegado que una madre siente por un hijo”, es una de las frases frecuentes que se ha escuchado a través de los años. Y es que cuando se describe a la maternidad, son innumerables los adjetivos que se usa para describir este inquebrantable vínculo entre una madre y un hijo.

Muchas veces la maternidad se relaciona con el embarazo. Sin embargo, no todas las mujeres tienen la posibilidad de pasar el proceso de gestación, debido a múltiples factores entre la pareja. Pero no por ello, las puertas de la maternidad se han cerrado.

Las escrituras enseñan que Dios ama a Sus hijos pequeños. Y de acuerdo a La Familia: Una Proclamación para el Mundo, se recuerda que:

Los padres tienen el deber sagrado de criar a sus hijos con amor y rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, y de enseñarles a amarse y a servirse el uno al otro, a observar los mandamientos de Dios y a ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan…” Y se enfatiza que la madre es principalmente responsable del cuidado de sus hijos.

Para muchos, la adopción es un tema temeroso o que encierra dolor. Pero las madres que dan esta oportunidad de adoptar a un hijo, describen este proceso como un acto lleno de amor, donde se dejan los prejuicios y toda acción se convierte a favor del bienestar del niño.

Por lo general, se piensa que el matrimonio que ha tenido hijos en el proceso natural de la paternidad, no piensa en la adopción. Pero ese no fue el caso de Isabel Ortega, quién junto a su esposo Renzo Baquerizo decidieron adoptar a una niña, cuando su familia ya estaba conformada por sus 4 hijos: Katrina, Renzo, Ismael y Jonatán.

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La historia del proceso de adopción de su hija Sarita, inició cuando su último hijo tenía 3 años. Isabel recuerda que reunieron a la familia y les contaron su deseo de adoptar. Aunque esperaron 12 años para iniciar el proceso, su deseo no cambió, se intensificó aún más. Es así, que en el 2010 se inscribieron al Instituto de la Niñez y la Familia (INFA) de Quito, que coincidentemente quedaba cerca del Instituto de Religión donde trabajaba su esposo, por lo que Isabel acudía casi a diario para poder tramitar todo lo más rápido posible.

Después de pasar el curso de Escuela para Padres Adoptivos durante 3 meses, y haber pasado el set de entrevistas con la psicóloga de forma individual y como parejas, fueron aprobados. Isabel comenta que siempre se identificaban como una familia miembro de la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Lograron entrar a una lista de espera con nombres de hace 3 años, pero sus oraciones diarias fueron escuchadas, y a los seis meses de espera llegó la llamada.

“Todos estaban sorprendidos por el corto tiempo de espera, pero nosotros sabíamos que era una bendición del Señor”, recuerda.

Indira Urgiles, miembro de la Iglesia de Jesucristo y abogada experta en adopciones, explica que la adopción es un proceso protector para los niños, que por algún motivo, han sufrido de alguna vulneración en su entorno familiar. Cuando sucede esto, lo primero que se busca es encontrar una familia extendida (abuelos, tíos) que puedan brindar el ambiente necesario para el crecimiento de un niño. Sin embargo, no todos los niños cuentan con este soporte en su entorno familiar.

Cuando se describe la adopción, se habla de amor, pero a la vez es una decisión. Es por ello que la adopción no es para todos. Es una decisión de sumar a alguien más, sin opción a discriminar, es por ello que, en el proceso, los padres no escogen al hijo, sino que se presenta aquel niño que esté en todas las condiciones adecuadas para ser adoptado”, declara Indira.

Además, explica que muchas personas consideran que el tiempo de espera es largo, pero eso se debe, porque la organización protectora debe ser muy minucioso en el proceso y escoger los mejores padres para cada niño. Entre las condiciones que se evalúan para saber si serán padres idóneos, se supervisa el entorno familiar, la salud física y psicológica, deben ser mayores de 25 años, demostrar que pueden solventar las necesidades del niño, entre otras cosas.

Uno de las peticiones para Isabel, fue que reuniera las fotos de su familia y hogar, para que así Sarita empezara a tener esa relación de fraternidad y pertenencia sobre quiénes serían su nueva familia. Hasta ese momento, aún no la habían conocido, solo habían visto una foto de su carita y sabían que tenía 2 años.

Con lágrimas en los ojos, Isabel recuerda el día que la conoció físicamente, Sarita se acercó con una flor para su nueva mamita, en su corazón sabía que era la hija por la que tanto habían orado. Finalmente, el 19 de octubre de 2011, firmaron los papeles de adopción en la casa hogar, y desde ese día Sarita cuenta con padres y hermanos que la aman y velan por su crecimiento físico y espiritual.

En 1993, el presidente James E. Faust, del Cuórum de los Doce Apóstoles enseñó “No existe un bien mayor en la tierra que el que proviene de la maternidad. La influencia de una madre en la vida de sus hijos es incalculable”.

Uno de los primeros principios que Isabel le enseñó a Sarita, fue la honestidad. Luego de la adopción, Isabel seguía participando en los talleres para padres junto a Sarita, y les enseñaban sobre la importancia de no ocultar a los niños su historia y así mantener esa relación de confianza y seguridad. Actualmente, Sarita ya tiene 12 años, todos sus hermanos ya están casados, así que ella acompaña a sus padres en los diferentes llamamientos que han tenido. Al hablar con Sarita se refleja una jovencita feliz que vive de acuerdo a los principios del Evangelio y cada día aprende sobre la caridad y el amor puro de Jesucristo.

En la Biblia narra que el Salvador enseñó a Sus discípulos: “… no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que se pierda uno de estos pequeños” (Mateo 18:14).

Y en la vida de Juanita Valencia, la adopción fue una luz que le volvió la esperanza. Antes de conocer la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Juanita había tenido dos hijas, lamentablemente una de ellas falleció a los 7 años. Recuerda esa época como un momento muy duro en su vida y creía que ese dolor estaría por siempre. Sin embargo, luego de casarse con su esposo, Manuel Zárate, gracias a una vecina conoció a los misioneros, ella y su esposo se bautizaron, ahí Juanita aprendió que las familias son eternas, y la muerte no sería impedimento para volver a ver a su hija.

Su deseo por tener más hijos, era algo latente. Sin embargo, debido a una intervención quirúrgica, Juanita había perdido su útero. Pero sus oraciones fueron respondidas, Juanita supo de una bebé que había nacido prematura y cuya madre no estaba en las condiciones necesarias para cuidarla. Y es así como llegó la pequeña Irene, a la familia Zárate Valencia.

“Comprendí que yo debía ser una madre que dedique más tiempo a mi familia, porque Jesús nunca falla, siempre brinda su amor, y contesta de forma inesperada las oraciones de sus hijos. Como madre, empecé a enseñar que, en la vida las cosas de Dios son primordiales”, medita Juanita.

Actualmente, la hermana Irene ya tiene 27 años y también es madre de dos niños: Ashley (9) y Jacob (6) que también crecen con los fundamentos del Evangelio Restaurado de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

 
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El presidente Henry B. Eyring, le recuerda a cada padre y madre que sus “asignaciones más importantes y poderosas están en la familia; son importantes porque la familia tiene la oportunidad, al comienzo de la vida de un niño, de poner sus pies firmemente en el sendero de regreso al hogar” (Ayúdenlos en el camino de regreso al hogar, Conferencia General de abril de 2010).

Indira, Isabel y Juanita también invitan a todas las personas que no se priven de este amor. Que la adopción no solo abre las puertas a padres con deseos de tener hijos, sino es una oportunidad para que un hijo de Dios crezca en un ambiente de fe y amor, para así volver a la presencia de nuestro Padre Celestial.

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