El Día de los Derechos Humanos se celebra todos los años el 10 de diciembre. Se conmemora el día en que, en 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Hoy se conmemora el 50 aniversario de los dos pactos internacionales de derechos humanos: el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que fueron adoptados por la Asamblea General el 16 de diciembre 1966.
Cada persona, independientemente de su religión, raza, género o nacionalidad, posee derechos fundamentales simplemente por ser un ser humano. Incluyen el derecho a la vida, libertad, seguridad, igualdad de protección ante la ley y la libertad de pensamiento, expresión y religión.
Mantener la fe, en privado y en público
El artículo 18 de la declaración es breve pero poderosa: "toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad para cambiar de religión o de creencia y, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia “. (1)
La libertad de religión no es sólo un concepto abstracto que flota en las mentes de los abogados y legisladores. Por el contrario, se mueve y crece en el terreno común de nuestra vida cotidiana. Llevamos nuestras creencias a todas partes que vamos. Forman lo que somos y nos llevan a compartirlas con otras personas. Queremos influir en nuestras comunidades y el mundo que nos rodea. De esta manera, nuestras vidas privadas y públicas están entrelazadas. Es una pequeñísima libertad, de hecho, la que nos permite practicar y expresar nuestra fe en la intimidad de nuestra propia casa o iglesia, pero no en el intercambio abierto en público.
Cuatro piedras angulares de la Libertad religiosa
El élder Robert D. Hales del Cuórum de los Doce Apóstoles habló en una conferencia general sobre como preservar el albedrío y cómo protejer la libertad religiosa dijo que hay cuatro piedras angulares de la libertad religiosa que, como Santos de los Últimos Días, debemos proteger y de las que dependemos.
La primera es la libertad de culto. Nadie debería tener que soportar críticas, persecución ni ataques por parte de personas o gobiernos debido a lo que crea en cuanto a Dios. Es algo personal y muy importante. Una de las primeras declaraciones sobre nuestras creencias acerca de la libertad religiosa dice:
“…ningún gobierno puede existir en paz, a menos que se formulen y se conserven invioladas las leyes que garanticen a cada individuo el libre ejercicio de la conciencia…”
“…el magistrado civil debe restringir el crimen, pero nunca dominar la conciencia… ni suprimir la libertad del alma”.
Esta libertad de culto fundamental ha sido reconocida por las Naciones Unidas en su Declaración Universal de Derechos Humanos y por otros documentos nacionales e internacionales sobre los derechos humanos.
La segunda piedra angular de la libertad religiosa es la libertad de compartir nuestra fe y nuestras creencias con los demás. El Señor nos manda: “Y… enseñaréis [el Evangelio] a vuestros hijos…estando en tu casa”. Él también dijo a Sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Como padres, misioneros de tiempo completo y miembros misioneros, dependemos de la libertad religiosa para enseñar la doctrina del Señor en nuestra familia y alrededor del mundo.
La tercera piedra angular de la libertad religiosa es la libertad de formar una organización religiosa, una iglesia, para adorar pacíficamente junto con otras personas. En el Artículo de Fe número once se declara: “Reclamamos el derecho de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra propia conciencia, y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio: que adoren cómo, dónde o lo que deseen”. Existen documentos internacionales de los derechos humanos y otras constituciones nacionales que apoyan este principio.
La cuarta piedra angular de la libertad religiosa es la libertad de vivir nuestras creencias: la libertad de ejercer nuestra fe no sólo en el hogar y en la capilla, sino también en lugares públicos. El Señor nos manda no sólo a orar en privado, sino también que “alumbre nuestra luz delante de los hombres, para que vean nuestras buenas obras y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos”.
Algunos se ofenden cuando llevamos nuestra religión a esos lugares públicos, pero esas mismas personas que insisten en que la sociedad tolere sus puntos de vista y sus acciones, a menudo son muy lentas para ofrecer esa misma tolerancia a los creyentes que también desean que sus puntos de vista y acciones sean tolerados. La falta general de respeto hacia los puntos de vista religiosos está rápidamente degenerando en intolerancia social y política hacia la gente y las instituciones religiosas.
Como discípulos de Cristo tenemos la responsabilidad de trabajar unidos con quienes compartan nuestro parecer, para alzar nuestra voz por lo que es justo. Aunque los miembros nunca deben afirmar, ni siquiera insinuar, que hablan en nombre de la Iglesia, se nos invita a todos, en calidad de ciudadanos, a compartir nuestro testimonio personal con convicción y amor: “todo hombre según su propia opinión”.