Toda vida necesita aspiraciones, junto con metas que nos ayuden a alcanzarlas. Nuestros objetivos pueden ser como las orillas de un río, guiando el flujo de nuestras ambiciones. Hacer planes y esforzarnos por lograrlos ayuda a canalizar nuestros esfuerzos y energías hacia las cosas que más nos importan.
¿Pero qué pasa cuando fracasamos? ¿Cómo respondemos cuando, a pesar de nuestros esfuerzos serios, no alcanzamos esas altas aspiraciones? En resumen, ¿cómo lidiamos con la decepción?
La respuesta natural es sentirse desanimado, descorazonado. Podría parecer que toda nuestra planificación y trabajo se desperdiciaron. Incluso podemos cuestionar nuestras aspiraciones, ¿eran nuestras esperanzas demasiado altas? ¿Deberíamos bajar nuestras expectativas? ¿Deberíamos renunciar a nosotros mismos o a los demás?
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Henry Ford dijo: "El fracaso es sólo la oportunidad para comenzar de nuevo" (véase "Mi vida y obra" de Henry Ford con Samuel Crowther, publicado en 1923, página 273). El fracaso es un excelente maestro, siempre y cuando seamos estudiantes dispuestos. Sí, el fracaso trae decepción, pero esa decepción puede ser sólo la motivación que necesitamos para reevaluar nuestro curso y hacer ajustes.
Y luego, una vez que hemos aprendido del pasado decepcionante, volvemos nuestros ojos alegremente hacia el futuro. Los fracasos de ayer no tienen por qué tener de rehenes a las posibilidades del mañana. La esperanza y la confianza que sentimos al principio pueden ser el puente que cruza el abismo de la decepción y nos lleva al futuro brillante y feliz que todos esperamos.
Pablo, el apóstol cristiano, tuvo su propio pasado decepcionante. Durante años había luchado contra la iglesia más tarde aprendió a amar. Cuando se dio cuenta de lo equivocado que había sido, debe haber sentido profundo pesar. Su desilusión podría haber llevado a un terrible retiro a la inacción, pero en su lugar inspiró una corrección del curso, y una vida de fe y servicio. Pablo dijo más tarde: "Esto es lo que hago, olvidando las cosas que están detrás, y extendiéndome hacia las cosas que están delante, prosigo hacia la meta para el premio" (véase Filipenses 3:13–14).
Las decepciones personales pueden ralentizarnos, pero no necesitan detenernos. La gente puede decepcionarnos, pero podemos amarlos pacientemente a medida que encuentran su camino. El lecho del río de la vida está lleno de obstáculos y giros inesperados, pero el agua siempre encuentra una manera de rodearlos. El viaje es emocionante, y el destino es divino.
Fuente: Música y Palabras de Inspiración (Music and the Spoken Word)