A Gordon B. Hinckley (1910–2008) se lo apartó como decimoquinto Presidente de la Iglesia el 12 de marzo de 1995. Él fue quien promovió la construcción de templos pequeños y anunció 79 templos nuevos durante su presidencia. También se recuerda al presidente Hinckley por haber visitado a Santos de los Últimos Días en más de 60 países.
En su presidencia se construyó el Centro de Conferencias donde se realizan los principales eventos de la Iglesia incluidas las sesiones de la Conferencia General. También se estableció el Fondo Perpetuo para la Educación en todo el mundo, programa que es de gran ayuda para miles de santos en países con dificultades económicas.
Gordon Bitner Hinckley nació un 23 de junio de 1910 y falleció a la edad de 97 años un 27 de enero de 2008.
El 1 de abril de 1995, el presidente Hinckley habló en la sesión del sacerdocio de la conferencia general después que los miembros de la Iglesia lo habían sostenido por primera vez como su profeta y presidente. En los catorce años anteriores, había prestado servicio como consejero de otros tres Presidentes de la Iglesia.
Reiteradamente había testificado del llamamiento divino de ellos y había instado a los Santos de los Últimos Días a seguir el consejo que dieran. Ahora, hallándose él mismo en esa posición, sus sentimientos de dependencia del Señor no eran menores a los del momento en que era diácono o Apóstol recién llamado. Por el contrario, era aún más consciente de que necesitaba la fuerza sustentadora del Señor. Dijo:
“Al levantar la mano esta mañana en la asamblea solemne, manifestaron su disposición y deseo de sostenernos, a nosotros, sus hermanos y siervos, con su confianza, fe y oraciones. Me siento sumamente agradecido por ello y doy las gracias a cada uno de ustedes. Les aseguro, como ya lo saben, que en el sistema del Señor, no hay aspirantes a ningún oficio. Como el Señor dijo a Sus discípulos: ‘No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto’ (Juan 15:16). Este oficio no es algo que se procura. El derecho de elegir recae en el Señor; Él es el dueño de la vida y la muerte; Él tiene el poder de llamar, el poder de quitar y el poder de retener. Todo está en Sus manos”.
“No sé por qué alguien como yo habrá sido elegido para ocupar un lugar en Su gran plan, pero al recaer este manto sobre mí, vuelvo ahora a dedicar lo que me quede de fortaleza, de tiempo, de talento o de vida a la obra de mi Maestro al servicio de mis hermanos y hermanas. Nuevamente les doy gracias… por lo que han hecho en este día. La petición más ferviente de mi oración es que sea digno. Espero que se acuerden de mí en sus oraciones”.
El presidente Hinckley vivió para prestar servicio y sacrificarse. Vivió para su familia y para los miembros de la Iglesia, a quienes tendió la mano a través de sus discursos y viajes.
Dirigiéndose a los miembros en la conferencia general de octubre de 2006, les dijo: “Cumplí los 96 el pasado junio. Me he enterado por varias fuentes de que se especula bastante acerca de mi salud y me gustaría aclararles cómo está en realidad. Si llego a durar unos meses más, habré servido a una edad más avanzada que cualquier otro Presidente de la Iglesia. No lo digo con jactancia sino lleno de agradecimiento”.
Entonces agregó un comentario propio de él: “El Señor me ha permitido vivir, aunque no sé por cuánto tiempo. Pero sea cual sea, seguiré dando lo mejor de mí para realizar la obra que se me ha encomendado”.
En agosto de 2005, el presidente Hinckley instó a los miembros de la Iglesia a acercarse más al Salvador por medio de la lectura del Libro de Mormón, y que lo hicieran antes del fin de ese año. Aun cuando ya estaban programados actos conmemorativos del bicentenario del nacimiento del profeta José Smith, el año 2005 cobró un significado especial para los miembros de la Iglesia que aceptaron el reto y que tuvo como resultado que hubiera más personas que leyeran el Libro de Mormón que en cualquier otra época.
El presidente Hinckley, en su tono afable y cortés, solía aconsejar a los Santos de los Últimos Días que fueran buenos ejemplos. “Seamos buenas personas”, dijo en un discurso de la conferencia general de abril de 2001. “Seamos gente amigable; seamos buenos vecinos; seamos lo que los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días deben ser”.
Deseábamos hacer esas cosas porque vimos cómo cuidaba de su prójimo, cualesquiera que fueran sus antecedentes o sus creencias religiosas. Vimos cómo se preocupaba por los nuevos conversos. Le vimos utilizar su formación y su espiritualidad para hablar con elocuencia, tomar decisiones sabias y dar al mundo un “ejemplo de los creyentes” (1 Timoteo 4:12).
Le oímos reírse de sí mismo y demostrar humildad sincera a la vez que vivía con compostura y energía. Más que nada, llegamos a comprender y a amar aún más a Jesucristo, gracias a Su inolvidable decimoquinto profeta de los últimos días: Gordon Bitner Hinckley.