Se pueden encontrar a miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (comúnmente conocidos como mormones) en cualquier nivel social: en el campo de de los negocios y de la agricultura, en la docencia y en las ciencias, en partidos políticos y en cargos gubernamentales, en la industria del entretenimiento y en los medios informativos.
Describiendo el carácter de los Santos de los Últimos Días, la revista Newsweek escribió: “No importa donde vivan los mormones, se sienten parte de una red de apoyo mutuo; en la teología mormona, todos son de ministros de igual manera, todos tienen la facultad en cierto sentido de hacer el bien a los demás, y que el bien se haga a ellos: es un convenio de generosidad del siglo XXI”.
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Esta generosidad no se limita a los miembros de la Iglesia, sino que se extiende mucho más allá. Según el Presidente de la Iglesia, Thomas S. Monson: “Como Iglesia tendemos una mano amiga no sólo a nuestra gente sino a todas las personas de buena voluntad en todo el mundo con ese espíritu de hermandad que viene del Señor Jesucristo”.
Cantidad de miembros de la Iglesia
Más de 14 millones de personas ahora son miembros de la Iglesia, cuya mayoría vive fuera de los Estados Unidos. Dentro de los Estados Unidos, la Iglesia ocupa el cuarto lugar en número de miembros entre todas las iglesias. Desde su humilde fundación en 1830, con apenas seis personas en una cabaña de troncos en el norte del estado de Nueva York, la Iglesia ha seguido creciendo en número de miembros y en influencia.
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es una restauración del cristianismo del Nuevo Testamento según lo enseñaron Jesús y Sus apóstoles. No es protestante, evangélica, católica ni ortodoxa. Sin embargo, los valores básicos que sigue la Iglesia en cuanto a la moralidad, el civismo y la familia son similares a los de la mayoría de las religiones cristianas. Los miembros de la Iglesia hallan refugio contra las incertidumbres del mundo en los mensajes de esperanza y felicidad del Evangelio. La realidad de que la vida tiene un propósito divino, que Dios se interesa en cada persona y que todos tienen la capacidad de mejorar por medio de decisiones correctas, es una parte central del pensamiento mormón.
Los Santos de los Últimos Días creen en que nuestro Padre Celestial es un Dios amoroso y personal. Dado que Él es el Padre de nuestros espíritus, todas las personas son Sus hijos y, por tanto, todos son hermanos y hermanas. Él envió a Su Hijo Jesucristo, para redimir a la humanidad de sus pecados. Los miembros de la Iglesia procuran modelar su vida conforme a las enseñanzas del Salvador. Todas las personas tienen derecho a recibir revelación personal. Dios ha llamado a nuevos apóstoles y profetas en nuestros días, por medio de los cuales Él revela Su palabra, tal como lo hizo en la antigüedad. Por tanto, Dios sigue hablando a la humanidad. Los mormones creen en la Santa Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Además, utilizan otras Escrituras, incluido El Libro de Mormón, el cual sirve como otro testigo del ministerio de Cristo y de Su divinidad. Utilizados en conjunto, estos libros de Escritura ofrecen conocimiento a preguntas vitales como la naturaleza de Dios, la salvación y la Expiación.
Uno de los valores más altos de la Iglesia es la formación. Se le considera un imperativo tanto espiritual como secular. Según el difunto presidente Gordon B. Hinckley: “El Señor ha dado un mandato a la gente de esta Iglesia que deben aprender tanto por el estudio como por la fe, que deben procurar no sólo el conocimiento espiritual, que es de suma importancia, sino que deben procurar el conocimiento secular”. La Iglesia ofrece a sus jóvenes varias oportunidades educativas: seminario es un programa de cuatro años que prepara a los alumnos de la secundaria para los desafíos espirituales de la vida; instituto de religión es un programa que proporciona instrucción religiosa general y brinda un ambiente social para los adultos en edad universitaria. Más de 700.000 alumnos están matriculados en estos programas, los cuales están establecidos en 132 países.
Además, la Iglesia ha creado el Fondo Perpetuo para la Educación para ofrecer a los hombres y mujeres jóvenes de la Iglesia en países en vías de desarrollo los medios para adquirir formación académica y capacitación. Ese fondo, que proviene en su mayoría de las donaciones de los miembros de la Iglesia, ofrece préstamos a los estudiantes, permitiéndoles asistir a la universidad y a encontrar oportunidades de empleo en sus propios países y comunidades.
En un domingo cualquiera, los Santos de los Últimos Días se encuentran reunidos para llevar a cabo servicios de adoración en más de 28.000 congregaciones en 177 países de todo el mundo. Adaptándose a las necesidades locales de las diferentes congregaciones alrededor del mundo, estos servicios de adoración se realizan en más de 180 idiomas y sus puertas están abiertas para los visitantes.
El crecimiento mundial de la Iglesia se debe en parte al servicio voluntario y de tiempo completo que prestan más de 52.000 misioneros, los cuales enseñan el Evangelio donde se presente la ocasión, en la calle y en los hogares; pero esto es sólo la mitad de la historia. La franqueza y el cariño de los miembros hacia sus amigos y conocidos es el verdadero catalizador del crecimiento, dado que el Evangelio restaurado proporciona respuestas a las preguntas más importantes de la vida.
El presidente Monson describió recientemente el hogar ideal: “Nuestros hogares deben ser más que refugios, deben ser lugares donde el espíritu de Dios pueda morar, donde las tormentas se detengan a la puerta, donde reine el amor y more la paz. A veces, el mundo puede ser un lugar atemorizante en el cual vivir. La estructura moral de la sociedad parece estar desmoronándose a una rapidez alarmante”; pero continúa diciendo que ésta es una guerra que las familias y las personas individuales “podemos ganar y que ganaremos”. Por tanto, en una sociedad cada vez más fraccionada, la importancia de fortalecer a la familia es primordial. Los valores que son indispensables para que prospere cualquier civilización se inculcan primero en la familia —la unidad básica de la sociedad— donde el esposo y la esposa trabajan juntos para el mejoramiento de la sociedad en su conjunto. Las enseñanzas y los programas de la Iglesia están diseñados para fortalecer a la familia. Las eternas virtudes de la caridad, el sacrificio, la paciencia y el perdón hacen que la sociedad prospere; y se aprenden de manera más eficaz en el hogar.
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días está organizada básicamente de la misma forma que Cristo organizó Su Iglesia en la época del Nuevo Testamento. Está dirigida por un profeta que sirve como Presidente de la Iglesia. Él tiene dos consejeros, y esos tres líderes constituyen la Primera Presidencia. La Primera Presidencia cuenta con la ayuda de doce apóstoles, quienes son testigos especiales de Jesucristo a todo el mundo. Los líderes llamados Setentas ayudan al Quórum de los Doce Apóstoles y sirven en diferentes áreas por todo el mundo. Las congregaciones locales son dirigidas por obispos. La organización principal de las mujeres de la Iglesia es la Sociedad de Socorro, fundada en 1842. En la actualidad, esta organización incluye a más de 5 millones y medio de mujeres mayores de 18 años, en más de 170 países.
Los líderes se escogen de entre los miembros
El liderazgo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días está compuesto de miembros laicos competentes, no un clero remunerado. Escogidos mediante oración e inspiración, estos líderes no aspiran a tener cargos en la Iglesia, sino que responden a los “llamamientos” con un espíritu de servicio. A su vez, los miembros son llamados por sus líderes para servir en diferentes responsabilidades en sus congregaciones. Esta empresa cooperativa implica que los miembros laicos se turnen para predicar y escuchar sermones, cantar y dirigir la música, dar y recibir consejo. El servicio que ellos prestan bendice a los demás y los conduce al crecimiento personal. Además de fortalecer a la familia, esta estructura organizativa fomenta un profundo sentido de comunidad dentro de la congregación y satisface el deseo humano de interrelación al compartir la responsabilidad los unos con los otros.
La Iglesia participa activamente en los asuntos cívicos de las comunidades en donde viven sus miembros. Ésta tiene la obligación de tomar posición en los temas morales que enfrenta la sociedad. Sin embargo, en el apartado de la política partidista, la Iglesia ha adoptado un estricta norma de neutralidad. La misión de la Iglesia es predicar el evangelio de Jesucristo, no elegir a políticos. Ésta no avala, ni patrocina, ni se opone a partidos políticos, candidatos o plataformas, más bien que sus valores pueden residir en cada uno de ellos. No obstante, la Iglesia sí alienta a sus miembros a que sean ciudadanos responsables en sus comunidades, incluyendo el que se mantengan informados sobre los temas y voten en las elecciones. Además, espera que sus miembros participen en el ámbito político de manera informada y cívica, respetando el hecho de que los miembros de la Iglesia provienen de diversos entornos y experiencias.
Con ese mismo espíritu de civismo y respeto, el presidente Monson recientemente rogó a los miembros de la Iglesia más comprensión y tolerancia religiosa: “Exhorto a los miembros de la Iglesia, dondequiera que estén, que muestren bondad y respeto hacia todas las personas, en todas partes. Vivimos en un mundo de gran diversidad; nosotros podemos y debemos demostrar respeto hacia las personas cuyas creencias son diferentes de las nuestras”.
En su rueda de prensa inaugural, que se llevó a cabo el 4 de febrero de 2008, el presidente Monson hizo hincapié en la importancia de la cooperación en las labores de carácter cívico: “Tenemos la responsabilidad de estar activos en las comunidades donde vivimos todos los Santos de los Últimos Días, y de cooperar con otras iglesias y organizaciones. Pienso que el objetivo que tengo es que es importante que eliminemos la debilidad de uno que está solo y sustituirlo con la fuerza de las personas que trabajan juntas”. La obra humanitaria mundial de la Iglesia suele llevarse a cabo en conjunto con otras religiones y organizaciones caritativas.
Sólo en el año 2007 la Iglesia respondió a grandes terremotos en 5 países, grandes incendios en 6 países, hambruna en 18 e inundaciones y graves tormentas en 34 naciones. En total, la Iglesia y sus miembros respondieron a 170 hechos trágicos de gran magnitud, promediando casi uno cada dos días durante todo el año. La motivación que se encuentra detrás de esta gran obra se centra en lo que Jesús mandó hace tantos años: “…amarás a tu prójimo como a ti mismo”.