Nota de prensa

Élder Oaks: sostenido en abril, pero ordenado en mayo

¿Por qué Dallin H. Oaks, es ordenado como Apóstol recién el 03 de mayo de 1984?, casi un mes después de ser sostenido durante una Conferencia General el 07 de abril.

El llamado de un hombre para integrar el Cuórum de los Doce Apóstoles es responsabilidad del Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Solo él tiene la autoridad para recibir revelación sobre la persona que recibirá dicha labor.

El 11 de enero de 1983, fallece el élder LeGrand Richards, del Cuórum de los Doce Apóstoles. Como era de esperarse, los miembros de la Iglesia esperaban que en la Conferencia General de abril se llamara al nuevo apóstol, sin embargo, esto no sucedió. La experiencia se repitió seis meses después, en la Conferencia General de octubre. Para sorpresa de muchos, ese año culminó con un asiento libre en el Cuórum de los Doce Apóstoles.

Un año después de la muerte de élder Richards, el 11 de enero de 1984, el Cuórum de los Doce Apóstoles pierde otro integrante al fallecer el Élder Mark E. Petersen. Generando con ello, una situación realmente crítica para la Iglesia, al tener ahora dos vacantes para apóstol y afrontar la cada vez más deteriorada salud del presidente Spencer W. Kimbal, cuya mente era cada vez menos confiable.

En ese entonces, su médico de cabecera, el Dr. Russell M. Nelson, declaró que el presidente Kimball no se encontraba bien o no estaba lo suficientemente coherente para hacerlo, “expliqué que el llamado de un apóstol era la responsabilidad del presidente de la Iglesia y que el presidente Kimball no estaba en condiciones de hacerlo”.

La situación en la Iglesia se agravó con la salud muy resquebrajada del presidente Marin G. Romney. En esa temporada el único miembro sano de la Primera Presidencia era el presidente Gordon B. Hinckley, quien ante tamaño reto, pidió a los enfermeros del presidente Kimball de que si la mente del profeta volvía a estar lúcida, debían llamarlo de inmediato, sin importar la hora.

A pesar que el presidente Hinckley visitaba al presidente Kimball, pasaban los meses pero no se presentaba la oportunidad de entablar un tema tan delicado y espiritual como el llamado de dos nuevos apóstoles.

Hasta que el miércoles 04 de abril, alrededor de las 2:30 de la madrugada y a tan solo unos días de la Conferencia General, el presidente Kimball despertó, quería hablar con el presidente Hinckley a quien dieron el aviso rápidamente. Presuroso el presidente Hinckley se reunió con el presidente Kimball y de inmediato abordaron el tema de las vacantes en el Cuórum de los Doce Apóstoles, “llama a Nelson y Oaks al Cuórum de los Doce, en ese orden”, fue la indicación del presidente Kimball.

El 6 de abril de 1984, el presidente Hinckley se comunicó con Nelson y Oaks por separado para darles a conocer el llamamiento que recibirían. Con Russell M. Nelson conversó personalmente luego de participar en unos eventos de liderazgo.

A Dallin H. Oaks, quien se encontraba en una reunión con colegas en Tucson, Arizona, lo llamó telefónicamente, solicitándole que le devuelva la llamada cuando regresara a su hotel.

Dallin estaba acostumbrado a estar en contacto con los líderes de la Iglesia y fue a cenar sin preocuparse, aunque con curiosidad por saber qué podría ser tan urgente para que lo llamaran en ese momento.

Sin embargo, al terminar la cena y mientras regresaba al hotel, Dallin se puso a pensar en lo que el presidente Hinckley podría querer, “¿será un llamamiento?”, se preguntó.

Aunque eso era posible, pensó, “no podría ser de ese modo ya que no había recibido ningún indicio o premonición sobre ello recientemente”.

Sabía que era el fin de semana de la Conferencia General. Sin embargo, como escribió dos días después, “era felizmente inconsciente de que eso tuviera algún significado para su futuro”.

Cuando Dallin llegó al hotel, llamó al presidente Hinckley como se le pidió. Después de una rápida entrevista sobre su dignidad, el presidente Hinckley le dijo a Dallin, de manera muy directa, que “había sido llamado a servir como miembro del Consejo de los Doce”.

“Parecía irreal. Le escuché decir cómo esto cambiaría mi vida. Mi vida está en manos del Señor, y mi carrera está en manos de Sus siervos”, registró Dallin en su diario.

“Hace cuarenta y ocho horas, mi mundo dio un giro de 360°. Nunca volverá a ser el mismo”, escribió Dallin Oaks a las 10:00 p.m. del domingo 8 de abril de 1984.

El presidente Oaks había orado mucho para saber cuál sería su última ocupación en su vida y, ahora, tenía su respuesta. Sin embargo, no esperaba lo que vino.

Anteriormente, había tenido premoniciones de lo que le sucedería, pero no esta vez.

El viernes por la noche, después de que el presidente Gordon B. Hinckley lo llamara para servir como un apóstol del Señor, Dallin tuvo dificultades para dormir.

“Oré. Di muchas vueltas. Tenía escalofríos, especialmente en los pies, que no podía calentar. Me levanté dos veces y escribí algunas notas, cosas que hacer. Oré una y otra vez. Pregunté cómo o por qué no estaba tan preparado para este llamamiento. Me pregunté si estaba alucinando, si esto realmente estaba sucediendo”, escribió.

Cuando el presidente Hinckley extendió el llamamiento por teléfono por primera vez, le preguntó a Dallin si podía regresar a Salt Lake City a la mañana siguiente para asistir a las sesiones de la Conferencia General del sábado. Dallin explicó que tenía que presidir una reunión vital de carácter profesional el sábado en Chicago.

“[El presidente Hinckley] dijo que debería ir y cumplir con esa responsabilidad. Presentarían mi nombre y explicarían que estaba fuera del estado en una asignación previa”, registró Dallin.

Además, Dallin explicó que aún tenía casos judiciales pendientes y que, si comenzaba su servicio de inmediato, los retrasaría. Asimismo, podría causar problemas en su trabajo.

El presidente Hinckley pensó que lo mejor sería retrasar su ordenación y el comienzo de su servicio hasta que terminara con sus asuntos judiciales.

“Me pidió que meditara en cuanto a las implicaciones del anuncio, sostenimiento [y mi servicio] que comenzaría varias semanas después y que lo llamara por la mañana a las 6:15”.

Durante la siguiente noche, Dallin dio vueltas al asunto una y otra vez en su mente, junto con otras preguntas que lo abrumaban. “Dormí 2 horas y media”, escribió.

Aunque el viernes por la noche parecía interminablemente largo, finalmente llegó el sábado a las 6:15 a. m. Como lo había prometido, Dallin llamó al presidente Hinckley y le compartió sus pensamientos.

A pesar de que Dallin regresaría a Salt Lake el sábado por la noche después de su reunión pendiente, acordaron que no debería presentarse en la sesión del domingo de la Conferencia General.

Era mejor esperar hasta que pudiera despejar la cubierta de cualquier posible conflicto. “Prometí que haría todo lo posible por eliminar todos los obstáculos y comenzar mi servicio lo antes posible”, escribió Dallin.

Más tarde, ese sábado por la mañana, cuando llegó el momento de sostener a los líderes de la Iglesia en la Conferencia General, el presidente Hinckley señaló las dos vacantes causadas por la muerte de los élderes LeGrand Richards y Mark E. Petersen.

Cuando leyó los nombres de los dos nuevos apóstoles, Russell M. Nelson y Dallin H. Oaks, ofreció una explicación.

“Con referencia a Dallin Oaks, me gustaría decir que, si bien le extendemos el llamamiento y lo sostenemos hoy, no será ordenado al apostolado, ni será apartado como miembro del Consejo de los Doce, ni iniciará su servicio apostólico hasta después de haber cumplido con sus compromisos judiciales actuales, que pueden requerir varias semanas. No se encuentra en la ciudad y, por lo tanto, está ausente en esta conferencia. Lo disculpamos”, dijo.

En la sesión del domingo de la Conferencia General, el presidente Hinckley dijo lo siguiente sobre los dos nuevos apóstoles:

“Quiero compartirles mi testimonio de que fueron elegidos y llamados por el espíritu de profecía y revelación.

Hubo mucha oración sobre este asunto. Hubo una conversación con el presidente Kimball, el profeta del Señor en nuestros días, y una declaración clara de él, porque él es la prerrogativa en estos asuntos.

Hubo una impresión clara y distinta, lo que elijo llamar los susurros del Espíritu Santo, con respecto a aquellos que deberían ser seleccionados para asumir esta responsabilidad tan importante y sagrada”.

El presidente Hinckley reconoció que ambos eran “hombres con mucho conocimiento y logros en sus respectivas profesiones”, que fueron honrados por sus compañeros.

“Sin embargo, por eso no fueron elegidos”, enfatizó. “Su servicio en la Iglesia ha sido digno de mención”, agregó, dando ejemplos de ese servicio.

“No obstante, por eso no fueron llamados”, dijo de nuevo. “Fueron llamados”, enfatizó, “porque el Señor los quería en este cargo como hombres que tienen un testimonio de su divinidad, y cuyas voces han sido y serán alzadas en testimonio de su realidad”.

Incluso después de esta seguridad, Dallin permaneció abrumado, entumecido, como en estado de shock.

“Todavía me siento fuera de mí”, escribió esa noche, “como si fuera un actor en algún drama. El impacto emocional y espiritual no se ha registrado”.

Esa noche, antes de acostarse, Dallin escribió una oración en su diario: “¡Que nuestro Padre Celestial me bendiga para magnificar un llamamiento tan sagrado del que apenas puedo comenzar a comprender su significado!”

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