Ser madre, además de ser una bendición, conlleva una gran responsabilidad sagrada. Conoce la historia de estas madres que han sido el pilar de sus hogares especialmente durante la pandemia.
Estefanía Carlos, quien radica en Chihuahua, y quien es madre de tres hijos, empezó la pandemia con una noticia abrumadora: su hija menor, de tan solo 5 años de edad, fue diagnosticada con leucemia. Al lado de su esposo, Estefanía hizo todo lo que pudo para atender la salud de su pequeña hija, pero desafortunadamente falleció en junio de 2020.
“Creía antes que estaba lo suficientemente cerca de Dios”, dijo Estefanía, “pero al pasar por esta situación como mamá, definitivamente mi acercamiento hacia mi Padre Celestial se hizo más fuerte. Hoy por hoy, Dios y Jesucristo son los que nos han dado esa fortaleza para salir adelante”.
Estefanía dice que a pesar de lo crudo que fue la experiencia de haber perdido a su hija el año pasado, ha encontrado consuelo en Cristo y sus enseñanzas. Además, dice que ha encontrado motivación para seguir adelante en esta vida al recordar que puede estar con su pequeña hija nuevamente, y al tener presente que debe seguir siendo un firme pilar en su hogar para sus otros dos hijos.
“Tenemos otros dos chiquitos que nos necesitan. También son parte de nuestra fortaleza. Como madres somos co-creadoras con nuestro Padre Celestial. Somos parte del plan de Dios al traer vida a este mundo, y tenemos una gran responsabilidad de guiarlos y enseñarles que son hijos de Dios y que están en este mundo con un propósito”, dijo Estefanía.
Jassive Rosales quien radica en Ciudad de México, también ha enfrentado desafíos familiares y personales muy fuertes este último año. Tan solo cuatro meses después de que iniciara la pandemia por la COVID-19, su esposo falleció por leucemia, dejándola a ella sola con su hijo de un año de edad.
“La noche que falleció, mi esposo habló conmigo y me dijo que se sentía tranquilo porque confiaba en mí para criar a nuestro hijo. Me dijo las cualidades que vio en mí como madre y como esposa, y eso es lo que me sostiene y me hace estar tranquila”, dice Rosales. “Ha sido muy difícil porque recayó en mí una responsabilidad más grande. Me quedé sin nada, sin trabajo, sin casa, sin un lugar donde vivir. Me quedé sin nada, literal nada”.
Rosales dice que hubieron dos cosas que la ayudaron a salir adelante durante las primeras semanas después de que su esposo falleciera: el conocimiento y fe que tiene sobre sus convenios con Dios, los cuales le brindan la certeza de que volverá a ver a su esposo, y el servicio de los miembros de la Iglesia, el cual le permitió encontrar cierta estabilidad ante los tiempos de adversidad.
Casi un año después de haber perdido todo lo que alguna vez consideró seguro, Rosales reflexiona sobre las bendiciones que le han permitido salir adelante y convertirse en el pilar de su familia y resguardo para su hijo, quien ahora tiene dos años de edad.
“Mi abuela me abrió las puertas de su casa, y junto con mi hermano y mi mamá pudimos emprender un negocio. A pesar de ser pandemia y de que la economía ha estado muy difícil, afortunadamente no nos ha faltado nada”, reflexiona Rosales.
Para Leonor Rentería Zárate, quien también reside en la Ciudad de México, los días de encierro de la pandemia no han sido muy diferentes a la vida que ha conocido por más de 32 años. Rentería tiene dos hijos, su hija de 34 años, y su hijo de 32, quien tiene daños neurológicos severos desde que era un bebé, y por los cuales es completamente dependiente de su mamá. Rentería se ha dedicado cien por ciento a la atención de su hijo durante toda su vida, razón por la que casi siempre se encuentra en su casa.
“Para mí no ha sido muy diferente la pandemia, porque todo el tiempo estamos en casa”, dice Rentería, “he tenido la fortaleza y el amor de Dios para estar encerrada en casa y no ha sido difícil porque siento que Dios me ha preparado para eso”.
Rentería reconoce que llegar a la paz espiritual y emocional que ahora tiene ha sido un proceso, ya que cuando le dieron la noticia de que su hijo tenía capacidades especiales, no lo quiso creer. Fue con el tiempo, y con el conocimiento del evangelio de Jesucristo, que ella aceptó los desafíos que Dios le había puesto en el camino, y encontró fuerza para enfrentarlos con todo el amor que una madre puede tener para sus hijos.
“Yo no podía creerlo. Cuando me dijeron que mi hijo tenía un daño neurológico severo y que no podría ver sentí impotencia, pero el amor que le tengo a mi hijo me hizo salir adelante. Hoy puedo decir que acepto lo que Dios me manda y lo hago con mucho amor, y eso ha hecho más ligera mi carga”, comenta Rentería.
La doctora Claudia Luna, quien reside en el estado de Nuevo León, también es madre de un niño con capacidades especiales, además de tener a otras dos hijas. Luna dice que si bien estar al frente de un hogar ella sola es un desafío, Dios la ha preparado durante todo el curso de su vida para asumir sus responsabilidades como madre y profesionista.
“Lo puedo hacer”, dice Luna, “lo tengo que hacer. Tengo tiempo para mí, para mis hijos y para mi trabajo. He aprendido a organizarme. A veces me agobio un poco porque quisiera hacer más, pero recuerdo las escrituras que dicen que Dios no nos da más de lo que nuestra fuerza nos permite, y eso me motiva para seguir adelante”.
Las exigencias en el trabajo de Luna han incrementado durante la pandemia. El aumento de pacientes con COVID en los hospitales es un factor que se ha visto reflejado directamente en su carga laboral, y a pesar de eso, Luna tiene sus prioridades claras, y se esfuerza por atenderlas.
“Es complicado, pero me organizo para estar con mis hijos, para hacer tareas, para jugar con ellos. Soy mamá divorciada, y por eso yo no sé cómo le hago pero me organizo. El propósito en mi vida además de ser médico y apoyar en mi sociedad es ser ser madre y estar con mis hijos”.
Yazmín de los Ángeles Cervera, quien vive en Mérida y es madre soltera, ha vivido la pandemia de una forma diferente, ya que a pesar de haber seguido los protocolos de salubridad establecidos por las autoridades, fue diagnosticada con COVID en septiembre de 2020. Después de ella, sus tres hijos de entre 16 y 31 años de edad, recibieron el mismo diagnóstico.
“Sentí la ayuda de Dios”, dijo Cervera, “a pesar de habernos enfermado todos, no me asusté. Me sentí cobijada y tranquila. Yo sabía que al hacer mis oraciones y las cosas que tenía que hacer, iba a estar bien”.
Además, Cervera, dice que el conocimiento del amor del Salvador le brindaba constante tranquilidad y que su testimonio en el evangelio de Jesucristo no le permitían bajar la guardia.
“No es fácil, pero yo siempre me he enfocado en la oración y es la única forma en la que he hallado fortaleza. Como soy la responsable de mis hijos, tengo que educarlos y ser su ejemplo”, dijo Cervera.
La familia de Rosalba Romero, que vive en la ciudad de Puebla, ha enfrentado las dificultades de la pandemia de una forma distinta. Para Romero y sus tres hijos de entre 21 y 26 años de edad, los desafíos fueron mayormente económicos, ya que dos de los adultos jóvenes perdieron su trabajo. Romero dice que ella sola asumió las responsabilidades económicas de su hogar en lo que sus hijos se restablecían económicamente.
“Afortunadamente yo conservé mi trabajo, pero dos de mis hijos no. Yo siempre les dije que debían ser positivos, que todo iba a estar bien, y que iban a encontrar trabajo nuevamente. Afortunadamente ahora lo han hecho, aunque les tomó tiempo. Pero yo debía motivarlos y apoyarlos en lo que lo lograban”.
Después de varios años de divorciarse, Romero asegura que es a través del Señor que ha encontrado guía y dirección para poder asumir la responsabilidad de guiar a sus hijos hasta la fecha.
“Tenemos que seguir, no hay otra manera”, dijo Romero, “no quiere decir que somos de piedra y que no lloramos, porque eso es algo que a veces hacemos en las noches, pero creo que es el momento en el que, a solas con el Padre Celestial, uno recarga esas fuerzas. Creo yo que cuando falta un esposo, por las razones que sean, el Señor pasa a tomar ese lugar de fuerza y nos recuerda que no estamos solas en realidad”, dijo Romero.
El Élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los doce apóstoles dijo: “A todas las madres en general, en el nombre del Señor les digo: ustedes son magníficas. Ustedes hacen una excelente labor. El solo hecho de que se les haya dado esa responsabilidad es evidencia eterna de la confianza que el Padre Celestial tiene en ustedes. Él las bendice y las bendecirá, especialmente en los días y las noches más difíciles. Confíen en Él. Confíen plenamente y para siempre. Y -sigan adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza-“.